(crítica publicada en el blog de La Esfera Cultural el día 8 de febrero de 2013)
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Junto a Anabel Consejo en Zaragoza, octubre de 2011. Foto Pilar Aguarón |
En este viernes de febrero en el que por fin el viento me
da un respiro, me apetece hablar de las cosas que me gustan. Hablar de Amando
Carabias María como persona es sencillo, es la bonhomía personificada. Hablar
de su obra tampoco es difícil, al menos para mí, como tampoco resulta difícil
disfrutarla. Y disfrutar un libro que es un canto al desasosiego puede parecer
una contradicción, pero no lo es.
Quizá
un martes de otoño es el
desasosiego, la incertidumbre, el sinvivir continuo desde la primera hora del
alba hasta bien entrada la noche. Es un libro circular —su título es el último
verso del poemario— porque los días son una sucesión incesante de 24 horas,
ciclos pequeños que se repiten como un rosario de ayes, que empieza uno cuando
acaba el otro. Es el tener el corazón en un puño esperando que la enfermedad no
avance, que el dolor no crezca, que los esfuerzos sean fructíferos, que la
medicación haga efecto… Es la contradicción de ver cómo alguien sufre y no
querer que se vaya; es el deseo de intentar devolverle a una madre algo de la
vida que ella nos insufló. La agonía lenta, repetitiva acrecentada por la
certeza de que no puede haber un final feliz. Para Amando, su vía crucis
particular también tiene estaciones: las horas del día. Cada hora tiene su
oración, su poema. El automatismo del dolor no resta gravedad a la situación,
pero crea un devenir esperado de los acontecimientos y nos instala en la
inercia, en la poco sorprendente rutina. A la vez, esta rutina particular, se
ha de conjugar con la propia rutina personal: trabajar, comer, dormir, ver el
fútbol, asquearse con la situación actual, amar, respirar… Puede ser que la
mezcla de las dos rutinas ayude a ir superando el ciclo diario de la
preocupación, pero Amando tiene otras armas con las que enfrentarse al
cotidiano dolor: el amor, la fe y la poesía. Ya en Versos como Carne Amando vencía la injusticia con las mismas armas
y, en este poemario, repite el trío invencible. En medio del dolor y la
desesperanza la belleza resplandece: la belleza del amor —de pareja o maternal—,
la belleza de la fe en Dios —Amor con mayúsculas— y la belleza de la poesía —cómo
no, otro gran amor—. Amor, al fin y al cabo. Porque hasta cuando Amando nos
habla de su pasión por el fútbol —pasión apaciguada por las circunstancias— nos
habla de entrega, del esfuerzo de unos jugadores por un fin común; nos habla de
la necesidad de hacerle ver a su madre que él no está preocupado pues sigue
disfrutando de un partido. Qué sería del amor si no hubiera sacrificio, un
sacrificio altruista, que sale de dentro sin esperar nada a cambio. El amor es
el bálsamo que nos restablece cuando la noche amenaza con la temida posibilidad
de que el teléfono brame y sólo los hombros de la amada alivian y alimentan las
ganas de seguir respirando; o la fe en un ser supremo que nos apoya en esta
vida y nos aguarda en la otra es la creencia que nos proporciona las fuerzas
necesarias para volver a empezar un nuevo día con su vieja rutina.
En cuanto al aspecto formal del
libro sólo puedo decir que Amando sigue manteniendo una pulcritud deliciosa a
la hora de maquetar sus obras. El esmero volcado en estas páginas se transmite
al tocarlo y, por supuesto, al leerlo. Y si nos adentramos en la belleza formal
de su poemas y de sus prosas poéticas sería reiterarnos una vez más en la exquisitez
con al que Amando pare sus textos. Si se me permite, me gustaría señalar que me
ha parecido ver a un Amando un poco más libre hacia el final del libro y
conforme se adentraba en la noche, tal vez el “cansancio” dote al poeta de una
perspectiva diferente que yo he saboreado. No por ello reniega de los sonetos
como el fantástico [21:31] del que no me resisto a copiar el último terceto:
Sólo siento el frenético aleteo
del pánico durante el abordaje.
Ya he sido encadenado y soy su reo.
del pánico durante el abordaje.
Ya he sido encadenado y soy su reo.
Únicamente me queda dar la
enhorabuena a Amando por esta desasosegante y, a la vez, redentora obra.
También he de dar la enhorabuena y agradecer a la editorial Urania que haya
apostado por Amando Carabias María.
© Anabel Consejo (AQUÍ SU BLOG: La cuentista de Hamelin)
1 comentario:
Magnífica reseña que te lleva de la mano por los versos de este libro que me está atrapando en su inmensa sensibilidad y verdad.
Gracias, Anabel.
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